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1923-

Nació en Córdoba, Veracruz, en 1923. La formación humanística lleva a Rubén Bonifaz Nuño hacia una poesía de síntesis en que se concilian el rigor clásico y las palabras en libertad, el oscuro y muchas veces atroz universo náhuatl y la tradición grecolatina. Ese decidido afán de restaurar lo clásico en medio de la realidad de nuestros días se logra en plenitud en sus libros de madurez, cada uno de ellos un solo gran poema unitario, por más que los fragmentos tengan su valor propio aparte del que poseen en el conjunto. Dueño de excepcional sabiduría técnica, ha afinado la versificación hasta crearse sus propias modalidades estróficas y una sintaxis peculiar que debe tanto a la poesía escrita como al lenguaje coloquial. El idioma dócil y tenso se ciñe con la misma precisición al canto de la cólera o la ternura, la esperanza o la melancolía, el amor o la soledad sin remedio. Cada nuevo libro de Bonifaz Nuño rectifica y mejora al anterior. Lo prosigue también, y así su obra toda logra una continuidad, una coherencia sin monotonía como muy pocas veces se ha presentado en la lírica mexicana.*

Su producción poética de 1945 a 1971 fue recopilada en De otro modo lo mismo, poesía 1945-1971 (1978), su producción posterior, en Versos, 1978-1994 (1996), ambos publicados por el Fondo de Cultura Economica. Ha traducido del latín y del griego a Ovidio, Catulo, Lucrecio y Homero, entre otros.

* Tomado de Poesía en movimiento. México, 1915-1966 (editado por Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis), Siglo XXI, México.

Premios:

Premio Nacional de Letras 1974
Diploma de Honor No. 32 del Certamen
Capitalino de Roma.
Premio Alfonso Reyes 1984.

 

JUNIO DE 2004

Jaime García Terrees y la cultura liberal

por Christopher Domínguez Michael

 

Poeta, editor, periodista, traductor, diplomático e insigne funcionario cultural, Jaime García Torres (1924-1996) supo avivar y darle relevancia a cada uno de los proyectos en los que participó. Christopher Domínguez hace el retrato de un hombre de letras cuyo legado vive y perdura, tanto en sus libros como en las instituciones que contribuyó a edificar.

Nieto de porfirianos eminentes, como nos lo recuerda José Emilio Pacheco, uno de sus discípulos más fieles, el carácter de Jaime García Terrés (ciudad de México, 1924-1996) ha sido definido de manera devota aunque imprecisa como aristocrático. En Lo snob ismo liberare (1964), el librito que Elena Croce dedicó al mundo de su padre, el gran crítico italiano Benedetto Croce, encuentro una definición que, tomada con las debidas precauciones, retrata a García Terrés y aquella alta cultura mexicana estrechamente vinculada al dominio y decadencia del régimen de la Revolución, de la que él fue un hombre representativo.
     Para Elena Crece, el esnobismo liberal es una prenda de civilización, una cualidad propia de elegidos como su propio padre, Thomas Mann, Hugo von Hofmannstahl o Bernard Berenson, hombres de letras y artistas que decidieron despojarse de la "nobleza" utilitaria e industrial a la que su clase los condenaba, y optar por otra forma de vida burguesa que, entendida en la más noble acepción del término, se significaría por la cortesía que amuebla el trato con las buenas maneras, el refinamiento en tanto que paisaje del alma, y el amor al trabajo entendido como la devoción que el sabio rinde a la utilidad pública. Aquella elite, recuerda Elena Croce, vestía a la inglesa e imponía sus maneras anglófilas, mediante la ostentación de un liberalismo que retenía, dificultosamente, las efusiones del alma romántica y de su "íntima tristeza reaccionaria", como agregaría un mexicano.
     A través de la Revista de la Universidad de México (1953-1965), como asesor, subdirector y director general del Fondo de Cultura Económica (1971-1988) y, en sus últimos días, al frente de la Biblioteca de México, fue García Torres un poeta que, al desdoblarse en hombre público, ejerció un patriciado con base en varias de las convicciones del esnobismo liberal: es el refinamiento artístico (y no al revés) la palanca que impulsa la educación popular, la gran prosa es el baremo de la civilización, y el estilo superior de vivir (y de viajar) propios del poeta sólo pueden retribuirse al Estado arriesgando un apostolado ante la opinión pública en las universidades, en los museos y en el mundo de la edición.
     El liberalismo, como adjetivo y como sustantivo, define la personalidad, inclusive la literaria, de García Torres: una actitud política basada en la fe práctica —no exenta de riesgos y tensiones— en la autoridad civilizatoria del Estado mexicano. A la fidelidad de la república de las letras, ese Estado debía corresponder garantizándole un espacio propicio para su reproducción, en tanto que poder espiritual independiente cuyas metas finales no eran distintas del viejo sueño liberal que la Revolución Mexicana parecía llamada, allá lejos, a cumplir.
     Aunque los gobiernos posrevolucionarios le habían prestado atención a la elite intelectual, otorgándole a sus representantes más conspicuos (Jaime Torres Bode, Agustín Yáñez) puestos ministeriales o diplomáticos, es falsa la creencia, hoy tan difundida, de que ese Estado siempre protegió a los escritores mediante becas y otra clase de estímulos. Esa política sólo se institucionalizará décadas después, entre los regímenes de Luis Echeverría y Carlos Salinas de Gortari, y tan es así que en 1959 esa carencia preocupaba a García Torres: "En México no existe ninguna institución oficial, o descentralizada que proteja sistemáticamente al escritor en tanto que escritor. El renglón del presupuesto dedicado al fomento de la cultura es irrisorio. Por educación se entiende, casi de modo privativo, la alfabetización: esfuerzo que estaría muy bien si fuera efectivo, y si a su lado se reconociera que la formación y el mantenimiento de una elite cultural es tanto o más importante que una vaga tentativa de enseñar las primeras letras a un pueblo por lo demás cargado de miseria."
     Fue en la UNAM y desde sus difíciles condiciones de autonomía intelectual —que se tornaron críticas en 1968—, donde García Terrés decidió formar y mantener esa "elite cultural", en las dimensiones, no tan modestas, que su capacidad de convocatoria aseguraban. El proyecto de la Revista de la Universidad de México hizo de la crítica la manera más eficaz de colocar las bellas artes en el corazón de la tolerancia pública. La nómina de aquella revista puede decirse que es emblema y genealogía de nuestras letras: junto al viejo Reyes, Pacheco; tras Paz, Arreola, Rulfo y Fuentes, García Ponce, Melo y Monsiváis; los poemas de Cernuda y los primeros cuentos de García Márquez; la entonces todavía nueva literatura latinoamericana (Gonzalo Rojas, Nicanor Parra, Sebastián Salazar Bondy, Ernesto Sábato) compartiendo las páginas con Erich Fromm.
     La feria de los días (1961) reúne el periodismo político y cultural del primer García Terrés, presencia constante en la Revista de la Universidad de México, en El Observador, en Cuadernos Americanos y aun en Excélsior. Es un libro que, como todos los de su tipo, combina la obsolescencia a la que está condenada la opinión periodística con la permanente actualidad de caracteres morales que dibujan la vocación de quien los traza. García Terrés, al hablar de la agitada Francia que pasaba de la IV a la V República —y ante el trío compuesto por el ministro Pierre Mendès-France, el presidente De Gaulle y su mala conciencia moral, el novelista François Mauriac—, añoraba para México una "política de altura" como aquélla.
     En algunas ocasiones, García Terrés fue, a su pesar, profético, como cuando señaló que, con la muerte de José Vasconcelos —que su generación aborrecía con justificadísimas razones—, nacería su mito. Pero mayor importancia tiene una opinión, al parecer menuda, que surge con cierta frecuencia en La feria de los días y que es rarísima de encontrar entre los poetas y novelistas mexicanos de aquellos días: en 1959, García Terrés localizaba el problema central de nuestra vida pública en la libertad política, y "la solución ideal, la meta última, estriba en la plena libertad del voto".
     No es fácil transitar (y a veces ni siquiera es conveniente hacerlo) del temperamento liberal a la convicción democrática. Pero García Terrés lo hizo en La feria de los días, testimonio, al leer entre líneas, de lo irrespirable que resultaba, hasta para un patricio como García Terrés, aquel mediodía de la Revolución Institucional, cuando la rutinaria represión corporativa y policiaca era sancionada y promovida por el anticomunismo patibulario de la prensa. Del denuesto prudente de un régimen alérgico a todo cuanto no fuese compungida autocensura, al entusiasmo cardenista por la Revolución Cubana, La feria de los días a veces expresa la buena conciencia que atareaba a esa izquierda leal que el pri cultivó con tanto esmero. Pero es más frecuente escuchar, como en la defensa combinada del humillado Premio Nobel Boris Pasternak y de la libertad de expresión en México, a la mitad del foro, a ese elocuente liberal que fue García Terrés.
     Resultado de su experiencia como embajador en Grecia entre 1965 y 1968, Reloj de Atenas (1977) es uno de los mejores libros de viaje de nuestra literatura. Si García Terrés aspiró a vivir en el teatro de los acontecimientos y la centuria pasada fue el Gran Siglo mexicano, nada más propicio que la escena diplomática y ningún sitio mejor escogido que Grecia para exhibir la flemática gravedad del poeta. Al amparo de Iorgos Seferis, de quien se volverá amigo y traductor, García Torres hacía de su misión en la Helada un momento cenital en su camino de humanista cuando lo sorprendió el golpe militar de los coroneles en 1967.     Lenguaje connotativo

uando oímos una palabra se activa en nuestra mente la representación de su significado, que no es lo mismo para todos los hablantes.

El significado conceptual (lógico o denotativo), es el significado básico de una palabra, constante tal como aparece definido en los diccionarios.

El uso de las palabras en el discurso, sin embargo, produce alteraciones: son los significados connotativos: todos aquellos valores significativos asociados a un término. Puede tratarse de connotaciones con valor ideológico, afectivo, estilístico,

CARACTERISTICAS EXTERNAS

La prosa

Es la forma más natural de escribir. Se puede contar un hecho de varias maneras diferentes. Cuando se escribe en prosa se ocupa toda la línea.

Muchos poemas están escritos en prosa, se piensa comúnmente que los poemas debe siempre de rimar y de formar frases que suenen armónicamente, sin embargo, en realidad no es así, hay poemas escritos en prosa, que es un escrito como si se estuviera hablándole a otra persona

Dicha forma de escribir como ya se ha de ver inferido no sigue reglas de métrica, rima ni extensión. A continuación se presenta un ejemplo de poema en prosa del autor Oscar Wilde.

El hacedor del bien

Era de noche y estuvo Él solo. Y vio desde lejos las murallas de una vasta ciudad y se acercó a ella.

Las funciones comunicativas

Cuando se emite un enunciado, se hace con una intención. En ocasiones pueden descubrirse diversas funciones comunicativas o propósitos, pero normalmente se puede reconocer una de ellas como dominante.

Cada una de estas funciones se distingue, entre otras cosas, por centrar su atención en alguno de los elemeto

Lo más significativo que se puede decir acerca de esta palabra, es que es un sustantivo (intentio) obtenido del supino del verbo intendo, intendere, intentum, que al pasar a nuestra lengua se ha transcrito e interpretado como entender. Es decir que en este verbo quedan emparentados la intención y el entendimiento, de hecho como si fuesen la misma cosa. ¿Lo son? De entrada parece que lo más razonable es responder que sí. Intendere es poner gran empeño (tanto como el que hay que poner en tensar la cuerda del arco, esa es la tensión de referencia) en llegar a (in) algo (igual podíamos estar diciendo intensión, del mismo modo que decimos extensión y pretensión, derivados del mismo verbo; en efecto, junto a intento, hemos derivado intenso e intensidad). El entendimiento es, pues, en su origen, el esfuerzo por tender (ir con fuerza) a meterse dentro de (in) algo. Entendemos por intención, en cambio, la trayectoria que le hemos trazado a uno de nuestros actos o a una secuencia de los mismos. Es la dirección en la que hemos disparado la flecha de nuestros actos. Es que el entender implica necesariamente el apuntar hacia algún sitio. Es imposible el entendimiento sin la voluntad. Por lo que dicen las palabras en su origen, se entiende en tanto en cuanto se quiere. Entender es en fin de cuentas empeñarse en algo. El atender, menos intenso que el entender, es igualmente orientarse hacia algo, pero con menos  determinaci   

 

lopez galan jania guadalupe   2 D                                             

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